3/12/09

Compartir



Dos hombres, ambos enfermos de gravedad, compartían el mismo cuarto semi-privado del hospital.

A uno de ellos se le permitía sentarse durante una hora en la tarde, para drenar el líquido de sus pulmones.  Su cama estaba al lado de la única ventana de la habitación. El otro tenía que permanecer acostado de espalda todo el tiempo.

Conversaban incesantemente todo el día y todos los días, hablaban de sus esposas y familias, sus hogares, empleos, experiencias durante sus servicios militares y sitios visitados durante sus vacaciones. Todas las tardes, cuando el compañero ubicado al lado de la ventana se sentaba, se pasaba el tiempo relatándole a su compañero de cuarto lo que veía por la ventana.

Con el tiempo, el compañero acostado de espalda, que no podía asomarse por la ventana, se desvivía por esos períodos de una hora, durante los cuales se deleitaba con los relatos de las actividades y colores del mundo exterior.

La ventana daba a un parque con un bello lago. Los patos y cisnes se deslizaban por el agua, mientras los niños jugaban con sus botecitos a la orilla del lago.   Los enamorados se paseaban de la mano entre las flores multicolores; en un paisaje con árboles majestuosos y, en la distancia, una bella vista de la ciudad. A medida que el señor cerca de la ventana describía todo esto con detalles exquisitos, su compañero cerraba los ojos e imaginaba un cuadro pintoresco.

Una tarde, le describió un desfile que pasaba por el hospital, y aunque no pudo escuchar la banda, lo pudo ver a través del ojo de la mente mientras su compañero se lo describía.

Pasaron los días y las semanas;  y una mañana, la enfermera, al entrar para el aseo matutino, se encontró con el cuerpo sin vida del señor cerca de la ventana, quien había expirado tranquilamente durante su sueño.

Con mucha tristeza avisó para que trasladaran el cuerpo. Al día siguiente, el otro señor pidió que lo trasladaran cerca de la ventana. A la enfermera le agradó hacer el cambio y luego de asegurarse de que estaba cómodo, lo dejó solo.

Con mucho esfuerzo y dolor, se apoyó en un codo para poder mirar el mundo exterior por primera vez. Finalmente, tendría la alegría de verlo por sí mismo. Se esforzó para asomarse por la ventana, y lo que vio fue la pared del edificio de al lado. Confundido y entristecido, le preguntó a la enfermera qué sería lo que animó a su difunto compañero a describir tantas cosas maravillosas fuera de la ventana...

La enfermera le respondió que el señor era ciego y no podía ni ver la pared de enfrente. Ella le dijo: "Quizás solamente deseaba animarlo a usted".

Reflexión...

Existe una inmensa alegría en poder alegrar a otros, a pesar de  nuestra propia situación.

La aflicción compartida disminuye la tristeza, pero cuando la alegría es compartida, se duplica.

Si deseas sentirte próspero, basta con contar aquello que poseas y que no se puede comprar con el dinero.

No hay comentarios:

Publicar un comentario