2/11/09

Disfrute haciendo sacrificios: son inversiones de cara al éxito (I)




A. P. Gouthey escribió en una ocasión, «conseguir ganar algo sin arriesgar nada, lograr experiencia sin ningún peligro u obtener una compensación económica sin trabajar es tan difícil como vivir sin ha­ber nacido».
En esta frase tan clarividente está contenido uno de los elementos esenciales para vivir con éxito.
En pocas palabras, no puede haber éxito sin sacrificio.
Pero ¿es malo el sacrificio? Como ocurre con muchas otras expre­siones de nuestro lenguaje, la palabra «sacrificio» se malinterpreta. Para la mayoría de la gente el sacrificio consiste en privarse de tiempo libre o de dinero, en soportar situaciones duras o en hacer algo desa­gradable. Si bien es cierto que el sacrificio puede comportar esas cosas, la definición no es completa. La otra parte que la compone, la que casi siempre pasamos por alto es que el sacrificio supone obtener algo de mayor valor que lo que se sacrifica.
De forma que la definición completa es que el sacrificio consiste en prescindir de algo que tiene valor —sea dinero, tiempo o energía— para obtener algo de mayor valor —más cantidad de dinero, un nivel de vida superior, una educación de más calidad para los hijos o cual­quier otra cosa valiosa—.
O, dicho de forma muy sencilla, el sacrificio consiste en renunciar ahora a un poco para lograr más adelante mucho.
En este sentido, sacrificarse significa invertir. Renunciamos a algo hoy, de forma que tendremos más mañana.
Permítame que le ponga el ejemplo de cómo un ejecutivo a quien conozco, Jerome W., convirtió un sacrificio en un beneficio para su esposa, sus cuatro hijos y para él mismo.
Conozco a Jerome desde que empezó a trabajar en una compañía puntera de productos domésticos, en calidad de vendedor, hace 25 años. Su éxito en la compañía fue extraordinario. Un mes después, aproximadamente, de que lo nombraran director general comí con él. Pedí a Jerome que me dijera si los sacrificios que habían hecho él, su esposa y su familia, habían valido la pena, a la vista de su triunfo pro­fesional y sus elevadas ganancias.
Jerome pensó un rato y me dijo algo de gran profundidad: «Al principio de mi carrera en la compañía», comenzó Jerome, «me di cuenta de la gran verdad contenida en el dicho: es más agradable la caza que la obtención de la presa. Aplicado a mi caso, entendí que el camino hacia la cima debía ser, al menos, tan agradable como alcan­zar la cima.» «Hay que pensar», continuó Jerome, «que la vida es como un viaje y que, en definitiva, el destino de todos nosotros es mo­rir. Pero pienso que todo el mundo estará de acuerdo en que vivir una vida llena de aventuras es más divertido que morir después de 30 ó40 años de aburrimiento. De forma que mi esposa Mary y yo decidi­mos, desde el principio, que mi viaje hasta lo más alto de la compañía iba a ser una gran aventura, porque debo decir que nunca vacilé en mi decisión de recorrer todo el camino hasta el final.»
«¿Cuántas veces os trasladasteis de lugar en los últimos 25 años?», le pregunté.
«Siete veces», contestó Jerome. «Eso se tradujo en la venta de siete casas, la compra de otras siete, en tener que introducir a nuestros hijos en siete diferentes sistemas escolares y en tener que amoldarnos a las características de siete ambientes sociales diferentes.»
«La mayoría de la gente consideraría que eso representa un sacrifi­cio excesivo en la carrera profesional», observé.
«Lo que hicimos Mary y yo», me explicó Jerome, «fue convertir cada traslado en una aventura. Ayudamos a nuestros hijos a ver cada cambio de residencia como una oportunidad de hacer todavía más amigos, de conocer más lugares del país, de experimentar nuevas cos­tumbres, nuevos climas y diferentes formas de vida. Seguro que los chicos echaron de menos a sus amigos durante una temporada, pero los jóvenes se adaptan muy rápidamente.»
 «También hubo muchos inconvenientes que tuve que soportar. Tuve que amoldarme, en el tránsito, a distintos directores. Algunos eran grandes personas. Unos pocos no lo eran. En algunas ocasiones tuve bajo mi responsabilidad a personas que no me gustaban. Y, por dos veces, me encontré con compañeros de trabajo que intentaron en­torpecer el avance en mi carrera, poniéndome en mal lugar. Pero todas estas experiencias las di por buenas, me fortalecieron.»
Lo que Jerome me contó se puede resumir en esto: el sacrificio es, en gran medida, una actitud mental. La gran mayoría de la gente con­sidera que un traslado significa tener que hacer un sacrificio. En vez de verlo así, Jerome y Mary lo convirtieron en una aventura.

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