16/9/09

La administración del tiempo y las grandes figuras de la historia

Inteligencia Práctica: Administración del tiempo

Quizá no haya excepciones a esta regla: todo hombre que ha dejado una huella en el mundo, vivió su vida con intensidad, usando el tiempo al máximo de sus posibilidades.

Por citar sólo un ejemplo, vaya el del gran científico Charles Darwin.

“Un rasgo de su carácter - contó el hijo de Darwin refiriéndose a su padre - era su respeto al tiempo. Jamás olvidada cuán precioso es..., nunca desperdiciaba algunos minutos, si se le presentaban, aun creyendo que no merecían la pena de dedicarlos al trabajo... ; todo lo ejecutaba rápidamente, con una especie de contenido ardor”.

Solemos pensar o decir: ‘Sólo faltan diez minutos para ir a comer y no hay tiempo de hacer nada’.

Sin embargo, con los momentos que el común de las gentes desperdicia, labraron su porvenir grandes figuras de la historia.

Enriqueta Beecher Stowe escribió su obra maestra, LA CABAÑA DEL TÍO TOM, entre los cotidianos apremios de la vida de familia, y leía diariamente una página de la obra 'INGLATERRA', de Froude, mientras ponían la mesa para comer.

El gran poeta y escritor norteamericano Henry Longfellow, cuya producción artística es muy numerosa, tradujo el INFIERNO del Dante a intervalos de diez minutos, mientras se calentaba el café, y en esta tarea perseveró años enteros, hasta terminarla.

El gran filósofo y economista John Stuart Mill era dependiente de la ‘Casa de la India Oriental’, y en esas condiciones encontró tiempo para escribir sus más celebradas obras.

Cuando Michael Faraday trabajaba en el oficio de encuadernador, empleaba los descansos en experimentos científicos. Cierta vez escribió a un amigo suyo: ‘Lo que yo necesito es tiempo, y ojalá pudiese comprar por poco precio las horas, o mejor dicho, los días que los modernos caballeretes malgastan en la ociosidad’.

El naturalista alemán Alexander Humboldt estuvo tan atareado durante toda su vida, que le era preciso ocuparse por la noche y de madrugada en sus trabajos científicos, mientras los demás dormían.

George Stephenson, el inventor de la locomotora, aprovechaba los instantes como si fuesen granos de oro. Se educó a sí mismo y muchos de sus mejores inventos se engendraron en ratos hurtados al ocio, y aprendió la aritmética por las noches, cuando era maquinista.

El médico Mason Good tradujo al poeta romano Lucrecio mientras iba en su mula a visitar a los enfermos.

Darwin aprovechó, para la mayor parte de sus obras, los pensamientos que escribía en pedacitos de papel, dondequiera que se encontrase.

Jacob Watt, el célebre inventor de la máquina de vapor, aprendió química y matemáticas mientras estuvo de operario en el taller de un fabricante de instrumentos de precisión.

Abel Cortese

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